Mi primera novela online
Cenamos los
tres: Sandra, Jaime y yo, sin mucho apetito. Hemos preparado la cena sin mucho
entusiasmo con cuatro cosas que había en la nevera. Cuatro lonchas de jamón y
pan con tomate. Jaime engulle deprisa, Sandra está bastante callada y yo dejo
que la comida me crezca en el plato. Al final, cuando nos disponemos a recoger
y llevar los platos a la cocina, acabo tirándole lo que me ha sobrado que es
bastante a Ghato porque lo quiero compensar después de lo que ha sufrido por mi
culpa. A Ghato nunca le ha costado tragar y esta vez no hace una excepción, no
tiene este nudo que tengo yo tan apretado que no me deja ni respirar. Un nudo
de recuerdos que me anuda mi existencia.
Cuando la cocina ya está limpia, vemos la televisión en el sofá pero yo
sólo tengo ganas de irme a dormir, no sé si podré, pero necesito desconectar de
mi mundo hundido. Me despido de los dos
y entro en lo que será mi cuarto a partir de ahora. El sofá cama que hay en el
estudio es donde dormiré en los próximos días. Recorro con mis dedos los pocos libros que hay en los estantes por
si hay alguno de mi interés y sin darme cuenta estoy observando la fotografía
que hay arriba del todo: soy yo, cinco años más joven, con un ramo de novia
entre mis dedos, sonriendo ampliamente a la cámara. La boda de Sandra, donde
ella me tiró su ramo y las ilusiones brotaron aquel día de primavera en donde
mi felicidad parecía no tener fin. Mirándome de cerca no me reconozco, no es la
chica que cada día se ve reflejada en el espejo del baño, la chica que llora
porque algo amargo y ácido le sube por la garganta, la chica que tiene sed de
olvidar, la chica que se apaga como una colilla, la chica sucia y desaliñada
que ya no se cuida porque no se ama. No, esta no soy yo: ERA YO. Y la sombra
del pasado pone una fina sal en mis heridas para reabrirlas de nuevo, me siento
en la cama con la foto que me la pondré debajo de la almohada para ver si se me
pega algo de la vitalidad de esta Elisa que está a años luz de mí. La ansiedad
es como la rodaja de un limón de un vaso de tequila porque es con la última
sensación que te quedas después de haberte quemado por dentro. Sensación ácida
que te desintegra la lengua y los dientes, que te calla tu voz y donde palpitan
tus pensamientos de golpe, sin oxigeno. Tapada con la colcha fucsia de Sandra y,
esto que hace bastante calor, me vuelven a entrar ganas de beber, me remuevo
nerviosa entre la sábana pero no, hoy no lo voy a hacer. Mañana tampoco, me
digo. Necesito volver a la terapia.
Esta noche,
sin el alcohol de fondo, he soñado de nuevo con Nacho y ahora mientras abro los
ojos lo recuerdo todo porque las imágenes que he vivido me resultan
transparentes. Hacíamos el traslado en lo que sería nuestro piso, subíamos las
cajas de cartón repletas de nuestras cosas en el ascensor y llenábamos nuestro
hogar de cacharros personales. Los muebles ya estaban, habíamos alquilado el
piso que olía a pintura pues estaba recién pintado. Era bastante nuevo y muy
acogedor, yo misma fui la que lo elegí porque tenía una terraza amplia con
vistas a la montaña que me irían bien para poder pintar cuadros de acuarelas
para poder exponer en un futuro en una galería. Había acabado la carrera de
bellas artes y encontré trabajo de profesora de dibujo en un instituto. Mi
sueldo sumado con el de Nacho nos permitiría vivir sin preocupaciones y pagar
aquel alquiler, que podía ser más caro que el de otros pisos que habíamos
visto, pero yo me encapriché. Le dimos un buen estreno al piso, lo he revivido
en el sueño, haciendo el amor en el sofá, dejando que él me acariciara los
pechos menudos con la punta de su lengua, deslizándose por mis pezones que
sobresalían como puntas de alfiler. Mi piel se volvía más rojiza, como si
hubiera tomado el sol, de la fricción con su cuerpo lleno de energía. He
sentido un gran orgasmo en el sueño que ya creía olvidados, y al terminar
todavía habían partículas de placer en el ambiente, las he podido respirar
extasiada pero los ojos de Nacho han ido deformándose hasta convertirse en
frialdad y sus palabras de lo nuestro no puede ser me han herido mis oídos. Luz
ha aparecido de golpe y porrazo en el sofá y su purpurina intensa y multicolor
me ha cegado. Podemos hacer un trío me dice sonriendo y a mí sólo me dan ganas
de gritar y arañarle la piel porque mis uñas se han convertido en las de Ghato.
Me abalanzo sobre ella para herirla con mis armas gatunas, mi índice roza su
blanca piel y se lo clavo con fuerza. Nacho reacciona y me inmoviliza, puedo
sentir sus muñecas alrededor de las mías como dos esposas y me dice que si
estoy loca. La sangre brota de la herida de Luz, una fina línea que le he
marcado en su escote mucho más voluminoso que el mío. Jódete, guarra, pienso
pero no se lo digo aunque Nacho creo que se ha dado cuenta de mis pensamientos
pues me conoce lo bastante bien para leerlos a través de mi mirada. Al final,
él me suelta, coge la mano de Luz y se van del piso por la puerta. Mientras se
están yendo, Luz mueve las caderas, gira
la cabeza y me dedica una sonrisa triunfal que me entierra entre los
almohadones de mi sofá. Abro los ojos, estoy sudando, una gruesa capa de agua
que me chorra por la espalda y por el cuello. Me levanto, mi foto sigue debajo
de mi almohada, se ha arrugado un poco y la saco de allí. La vuelvo a poner en
su sitio de puntitas, en el estante de arriba. Sandra entra en el cuarto con su
camisón negro:
— ¿Cómo
has dormido? –me pregunta-.
— Bien
–miento-.
— Jaime
ya se ha ido a trabajar. Ven, vamos a desayunar.
Mis manos
tiemblan mientras remuevo el tazón de leche. Sandra me las coge y mis síntomas
de abstinencia se detienen por unos momentos.
— Sandra,
hoy es martes hay terapia de grupo pero no sé si ir –dudo-. Llevo tantos meses
sin ir…
— Lo
sé –me dice ella-. Les llamé ayer, te esperan, no te preocupes por nada. Te
llevaré en mi coche y te esperaré hasta que acabes.
Sandra siempre
me ha dado facilidades para seguir hacia adelante, cuando yo sólo veo grandes y
empinadas montañas por escalar ella ve la sencillez, la simpleza del día a día.
Me acabo el desayuno, cereales de chocolate que me endulzan y me calman la
ansiedad.
Después de
comer las dos sin Jaime, subo al coche de Sandra y cruzamos la ciudad. El
edificio donde se hace la terapia es bastante antiguo y con restos de pintura
verde pastel, le hacen falta unas buenas capas de pintura, pienso y entro por
la puerta de cristal. Sandra me esperará fuera con su e-book que ha traído para
distraerse. Entro en la sala y saludo a Toni, Jesús, María y Luís con la
cabeza. Rebeca está en un rincón con la mirada gacha, totalmente apagada. Le
voy a decir algo pero Toni se me acerca por detrás y me susurra:
— No
le digas nada, acaba de perder la custodia de sus hijos-.
Continuará…
Madre mía, así que llegaron a irse a vivir juntos??
ResponderEliminarOlé con Sandra, no? Es una buena amiga.
Me intriga la frase: Comemos las dos, sin Jaime. (mmm), ¿le ha ocurrido algo a Jaime? ¿O soy yo que deliro?
Un petunet :)