viernes, 21 de diciembre de 2012

La sal de las heridas 8

Mi primera novela online
 
Me despierto porque me he olvidado cerrar la ventana y una corriente de aire que amenaza tormenta me sacude. Ghato se ha colado en mi habitación y está durmiendo debajo de mi cama, un trueno suena cerca de nosotros y le despierta. Miro el reloj, son todavía las siete de la mañana pero no tengo ganas de dormir, me voy a preparar un café bien cargado porque hoy me espera un duro día. Es martes, dos de octubre, el cielo está nublado y no deja entrever el sol, acabo encendiendo todas las luces porque no veo nada a mi alrededor. Jaime no tarda en levantarse y agradece que el café ya esté preparado, se lo bebe deprisa y se marcha a trabajar. Sandra todavía duerme e intento no hacer ruido para no despertarla, ayer se quedó trabajando hasta tarde porque tenía que entregar unos bocetos. Irremediablemente los truenos que cada vez son más intensos la acaban despertando. Me dice unos buenos días bostezando y me pregunta cómo he dormido después de lo que le expliqué ayer.

     He descansado bastante –le respondo y esta vez no miento-. Si me he despertado pronto es por el frío que se colaba por la habitación. Olvidé cerrar la ventana.

Sandra sonríe porque sabe que soy muy despistada. La lluvia que cae con fuerza me interrumpe.

     Hoy te llevo a trabajar en el coche y así no hace falta que cojas el bus –me dice-. Y ponte bien guapa –añade-.

Sandra nunca me ha reñido por mi físico descuidado y su observación me sorprende aunque no me lo tomo mal porque sé que tiene razón.

     ¿Cuánto hace que no vas a la peluquería?

No le respondo porque ni yo misma lo sé. Me voy al lavabo y me miro delante del espejo, mi pelo encrespado, largo y completamente abandonado. Mis labios resecos, mis ojeras marcadas, mis gafas que esconden la vida de mis ojos, mis orejas sin pendientes, mi palidez característica que resalta los puntos negros de mi nariz… La verdad es que el reflejo de lo que soy en la actualidad que me devuelve el espejo no me gusta para nada.  Sandra, que me ha seguido hasta el lavabo, me dice:

     Necesitas un cambio de imagen porque tú vales mucho, no sabes sacarte partido.

Y decido ir a la peluquería esta tarde, después de ir a trabajar y antes de ir a terapia. Necesito renovarme por dentro y por fuera, trasplantarme y podarme como planta que necesita más tierra para poder continuar creciendo y evolucionando. Desde que Nacho me dejó me he quedado anclada como barca sin marinero y a la deriva, ya es hora que continúe con mi vida, el duelo que he sentido durante estos meses merece llegar a su final.

Sandra aparca el coche frente a la academia, abro el paraguas y entro. Luz ha llegado antes que yo y ya está desnudándose frente a mí. Pensamientos masoquistas me atormentan ya que intento ver si tiene alguna débil marca de Nacho sobre su piel, alguna huella que le haga dejado fruto de su pasión, pero no, y enseguida desvío la mirada hacia mis alumnos que por ellos estoy aquí y Luz no deja de ser una decoración más del aula, un objeto al que pintar. Les digo a mis alumnos que se den prisa porque la última media hora la dedicaremos a la pintura abstracta como extra del temario. Las figuras orgánicas y el abstracto, el tema que se me acaba de ocurrir para dejar que Luz se marche un poco antes. Luz se vuelve a vestir sin protestar, un vestido a rayas verticales que le realzan la figura y la hacen parecer más alta y abandona la escena caminando con sus zapatos de tacón que hacen ruido sobre las baldosas. Entonces yo, empiezo a hablar y a exponer mi teoría sobre el cuerpo humano y lo abstracto para que mis alumnos no se den cuenta de mi maniobra. Ellos me escuchan atentos y al final me hacen preguntas que no tardo en responderles y les avanzo que mañana será el último día que verán a Luz para colorearla. Respiro aliviada porque posiblemente no la vuelva a ver.

Si quiero ir a la peluquería no tendré tiempo de pasarme a casa para comer, por eso decido comerme un bocadillo de jamón york en un bar. Me pido una cocacola light para beber y siento como sus burbujas me petan dentro de la boca. En la mesa de al lado observo como cuatro chicos se están bebiendo unas cervezas, una tras otra, con su espumita y su frescor y me entran deseos de acompañarlos pero mi conciencia frena el impulso que he sentido. Pago en la barra lo que he consumido y entro en la peluquería. Sólo pido que quiero un cambio de imagen y lo dejo en las manos de la peluquera que, después de analizar mis rasgos y el tipo de mi pelo, se decide por sanar mi cabellera. Me corta el pelo a la altura de la nuca y me lo peina con un aire desenfadado y moderno. Me miro y me gusto por primera vez en mucho tiempo, después me depila las cejas, más perfiladas y más estrechas, me hace una manicura francesa, y por último, me maquilla como obsequio de la casa. Cualquiera diría que tengo una cita, si sólo voy a terapia, pero lo que hecho con mi aspecto también lo considero un tratamiento intensivo. El quererse empieza por uno mismo sino te valoras tú, nadie lo hará por ti. Cuando salgo de la peluquería todavía me sobra bastante tiempo para ir de compras, hace un montón que no renuevo mi vestuario. Con el cambio de temporada aprovecho para comprarme una falda color teja, unas camisetas estampadas de vivos colores y un vestido negro. La falda nueva y una de las camisetas me las llevo puestas después de que la dependienta corte la etiqueta. Ando por la calle con el paraguas cerrado en mi mano, el cielo ya hace rato que se ha despejado, y en la otra llevo las bolsas de las compras que he hecho.

     ¡Uau! –dice Luís al verme-. Estás estupenda.

Hace tanto tiempo que no oigo un cumplido que me sonrojo, me quito las gafas porque dentro de la habitación donde hacemos la terapia no las necesito. Mi miopía también necesitará unas lentillas para dejar apreciar mis ojos verdes. Próximamente iré a una óptica para que me las hagan. Luis se me come con la mirada y yo me siento al lado de Rebe que aunque triste parece que está algo mejor. Toni y María no tardan en entrar, los dos charlando animadamente sobre una serie de televisión que no he tenido oportunidad de ver por eso no puedo entrar en la conversación. La psicóloga, Ana, se disculpa por no haber estado ayer, la llamaron de la extraescolar que hacía su hijo para decirle que se había caído, nada importante, un esguince en un tobillo pero tuvieron que esperar largo rato en la sala de espera en el centro de salud.

     Ya me han dicho que dos de vosotros os pasasteis por aquí –dice mirándonos a Toni y a mí indistintamente-.

     Sí –dice Toni-. Sólo quería comentarte que podríamos hacer una cena, hace mucho tiempo que no salgo, evitando ir a los restaurantes para no caer en la tentación de beber.

     Yo también –le interrumpe Jesús-. Los camareros te miran con cara rara cuando les dices que retiren las copas de vino y que sólo vas a beber agua.

     ¿Y esos menús en los que te incluyen la botella de vino quieras o no? Que acabas pagando por ella aunque no te la bebas… -apunta María-.

     La sociedad acepta como algo normal el beber con moderación, claro está, cuando te pasas, entonces te rechazan. ¡Son unos hipócritas! Está muy inculcado en nuestra cultura, pero esto de la moderación es muy relativo. Uno, dos, ¿tres vasos de vino? Al cuarto ya te miran mal –dice Jesús tocándose su barriga cervecera.

     Sí –digo yo-. En las cenas, si vas con amigos o con quien sea, te ofrecen beber, venga, te invito a una cervecita. Y si les dices que no, encima te insisten. Venga, vamos, sólo una, por una no pasa nada. ¿A qué no te ofrecerían con la misma naturalidad una ralla de coca sobre la barra del mismo bar? –digo yo notando que me estoy alterando un poquillo-.

Rebe ríe, la primera carcajada que le oigo en bastante tiempo.

     A mí me parece bien lo de la cena –dice al final-.

Ana también lo encuentra una buena idea porque dice que será una experiencia totalmente nueva para nosotros y decidimos salir este mismo viernes. Toni se encargará de reservar mesa en un restaurante de la ciudad. Poder divertirme sin el alcohol de fondo me crea un poco de nervios porque no sé si podré, estoy tan acostumbrada a él, a la evasión que me produce, que esto de poder disfrutar de una noche sin él, me resulta extraño. Pero lo quiero probar, una prueba más para que me confirme que no lo necesito.

Continuará…
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario