lunes, 25 de febrero de 2013

La sal de las heridas 14


Mis oídos zumban después de lo que nos ha contado Luís, una historia desgarradora y escalofriante que me ha puesto los pelos de punta: su historia. Él ahora respira más tranquilo con las hojas del artículo en la mano pero todavía tiene la mirada baja. Hemos salido ya y estamos en la calle, nos despedimos del resto hasta la semana siguiente.
     ¿Quieres que vaya a tu casa ahora? –le pregunto-.
     Sí –me dice-.
Subimos al autobús y durante el trayecto no cruzamos palabra aunque mis pensamientos están con él. Lo puedo imaginar en su infancia, muerto de miedo, tapándose con la colcha para no oír las palizas que su padre le propinaba a su madre. Su padre bebía y la bebida le desbocaba su instinto más violento y cruel. Cuando oía la llave en la cerradura Luís sentía un respingo intenso porque sabía que la paz se había acabado en su hogar. Su padre entraba, tambaleándose, iba a la nevera, cogía otra cerveza o lo que fuera y mientras pegaba un trago le decía amenazante:
     ¡Tú a dormir!
Aunque fueran sólo las seis de la tarde y Luís cruzaba el pasillo, se encerraba en la habitación y la pesadilla empezaba para su madre. Podía oír los gritos desde donde se encontraba pero se sentía impotente porque con tan sólo ocho años no podía hacer nada para librarse de él. Un día, el padre por primera vez le pegó un cachete que le traspasó su cara, luego se quitó el cinturón y le empezó a darle con la hebilla. Luís no recordaba el motivo por lo que su padre había reaccionado así con él.  Su madre se interpuso y la mayoría de los golpes acabaron sobre su cuerpo, destrozándolo y resbalando sangre roja y brillante que acabó en el suelo de la casa donde antes vivían. A la mañana siguiente su madre se armó de valor y decidió huir con Luís hacia la ciudad.
Hemos llegado a su piso y nos sentamos en el sofá.
     Tengo miedo de cruzarme con mi padre algún día –dice Luís con los puños apretados-. No sé lo que puedo ser capaz de hacer… Arruinó la vida de mi madre y la mía. ¿Sabes lo que es vivir con miedo para el resto de tus días? Por si el cabrón te encuentra, estuvimos en varias casas de acogida, en varias ciudades, porque él seguía pistas y el sitio donde estábamos dejaba de ser seguro.
     Pero al final no os encontró, ¿no?
     No, ¿sabes la infinidad de escuelas en las que estuve? No podía hacer amigos porque nos acabábamos yendo de allí. Y vuelta a empezar. Cuando empecé a ir a la universidad y parecía que todo iba bien, fue cuando mi madre enfermó.
Su historia me conmueve porque me conozco el final y sé que no es nada agradable.
     La vida es tan injusta, Elisa. Mi madre, que nunca había bebido, acabó sufriendo un cáncer de hígado, mira tú como son las cosas.
Lo abrazo fuertemente y su olor masculino me impregna. Siempre me había llamado la historia de Luís, hace unos días quería conocerla pero sencillamente no me imaginaba esto. Ahora entiendo porque nunca la había compartido con nosotros, sus explicaciones nunca eran concisas y siempre evitaba hablar de sí mismo pero hoy no sé por qué se ha decidido a explicármelo y se lo agradezco por haberlo compartido conmigo. Le beso los párpados que tienen una ligera humedad por alguna lágrima que le ha brotado y le hago un masaje circular en las sienes.
     Sí que es injusta, sí –le digo porque no me queda duda de ello-.
     Me parece que no tengo nada en la nevera para cenar –cambia bruscamente de tema-.  ¿Quieres que encarguemos una pizza?
     Bueno, pero que sea pequeñita, yo no tengo mucha hambre.
     Ni yo, pero algo tendremos que comer.
     ¿Te apetece ver otra película romántica de esas?
     Bueno, pero que sea cortita, esta noche tengo trabajo.
Acabo de pensar en el archivador que me ha pasado la señora Fernández y me tengo que mirar el temario del curso antes de irme a dormir pero mi corazón se ha quedado anclado en el salón de Luís y se resiste a irse.
     Vale –y abre el mueble de los dvds-. Esta puede estar bien –me dice-.
Llamo a Sandra para decirle que no me esperen para cenar. La pizza no tarda en llegar humeante con sus cuatro quesos y empezamos a comerla con algo de parsimonia mientras la película empieza. Cuando terminamos de comer, juntamos las manos y así las dejamos hasta que la película acaba.
     ¿Te ha gustado? –me pregunta Luís-.
     Sí...
     Yo también quiero hacer como el protagonista aunque yo ya he encontrado a la chica de mis sueños.
     ¿A sí?
     La tengo delante –me dice directamente-.
Este cambio de actitud en él me ha impresionado ya que antes siempre se había mostrado un poquitín más tímido y la iniciativa la había acabado tomando yo.
     Pensaba que eras más tímido.
     El corazón no entiende de timidez cuando está luchando por conseguir a la chica.
Me besa y me pierdo entre sus labios húmedos y carnosos como si el tiempo no existiera. Mis manos entran por su camiseta y le acaricio las lumbares que las tiene muy finas y noto como se le eriza su piel.
     Luís, gracias por esta noche, pero ahora sí que me tengo que ir, mañana cambio de clase y tengo que prepararme el temario.
     Lo sé, te acompaño.
Nos ponemos las chaquetas y salimos a la calle, hace bastante fresco y el viento no deja de soplar, qué poquito queda para entrar en noviembre. Luís me rodea la espalda con uno de sus brazos y me acompaña hasta el piso de Sandra.
Continuará...
 
 

 

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