Mis oídos zumban después de lo
que nos ha contado Luís, una historia desgarradora y escalofriante que me ha
puesto los pelos de punta: su historia. Él ahora respira más tranquilo con las
hojas del artículo en la mano pero todavía tiene la mirada baja. Hemos salido
ya y estamos en la calle, nos despedimos del resto hasta la semana siguiente.
— ¿Quieres
que vaya a tu casa ahora? –le pregunto-.
— Sí
–me dice-.
Subimos al autobús y durante el
trayecto no cruzamos palabra aunque mis pensamientos están con él. Lo puedo
imaginar en su infancia, muerto de miedo, tapándose con la colcha para no oír
las palizas que su padre le propinaba a su madre. Su padre bebía y la bebida le
desbocaba su instinto más violento y cruel. Cuando oía la llave en la cerradura
Luís sentía un respingo intenso porque sabía que la paz se había acabado en su
hogar. Su padre entraba, tambaleándose, iba a la nevera, cogía otra cerveza o
lo que fuera y mientras pegaba un trago le decía amenazante:
— ¡Tú
a dormir!
Aunque fueran sólo las seis de la
tarde y Luís cruzaba el pasillo, se encerraba en la habitación y la pesadilla
empezaba para su madre. Podía oír los gritos desde donde se encontraba pero se sentía
impotente porque con tan sólo ocho años no podía hacer nada para librarse de
él. Un día, el padre por primera vez le pegó un cachete que le traspasó su
cara, luego se quitó el cinturón y le empezó a darle con la hebilla. Luís no
recordaba el motivo por lo que su padre había reaccionado así con él. Su madre se interpuso y la mayoría de los
golpes acabaron sobre su cuerpo, destrozándolo y resbalando sangre roja y
brillante que acabó en el suelo de la casa donde antes vivían. A la mañana
siguiente su madre se armó de valor y decidió huir con Luís hacia la ciudad.
Hemos llegado a su piso y nos
sentamos en el sofá.
— Tengo
miedo de cruzarme con mi padre algún día –dice Luís con los puños apretados-.
No sé lo que puedo ser capaz de hacer… Arruinó la vida de mi madre y la mía.
¿Sabes lo que es vivir con miedo para el resto de tus días? Por si el cabrón te
encuentra, estuvimos en varias casas de acogida, en varias ciudades, porque él
seguía pistas y el sitio donde estábamos dejaba de ser seguro.
— Pero
al final no os encontró, ¿no?
— No,
¿sabes la infinidad de escuelas en las que estuve? No podía hacer amigos porque
nos acabábamos yendo de allí. Y vuelta a empezar. Cuando empecé a ir a la
universidad y parecía que todo iba bien, fue cuando mi madre enfermó.
Su historia me
conmueve porque me conozco el final y sé que no es nada agradable.
— La
vida es tan injusta, Elisa. Mi madre, que nunca había bebido, acabó sufriendo
un cáncer de hígado, mira tú como son las cosas.
Lo abrazo
fuertemente y su olor masculino me impregna. Siempre me había llamado la
historia de Luís, hace unos días quería conocerla pero sencillamente no me
imaginaba esto. Ahora entiendo porque nunca la había compartido con nosotros,
sus explicaciones nunca eran concisas y siempre evitaba hablar de sí mismo pero
hoy no sé por qué se ha decidido a explicármelo y se lo agradezco por haberlo
compartido conmigo. Le beso los párpados que tienen una ligera humedad por
alguna lágrima que le ha brotado y le hago un masaje circular en las sienes.
— Sí
que es injusta, sí –le digo porque no me queda duda de ello-.
— Me
parece que no tengo nada en la nevera para cenar –cambia bruscamente de
tema-. ¿Quieres que encarguemos una
pizza?
— Bueno,
pero que sea pequeñita, yo no tengo mucha hambre.
— Ni
yo, pero algo tendremos que comer.
— ¿Te
apetece ver otra película romántica de esas?
— Bueno,
pero que sea cortita, esta noche tengo trabajo.
Acabo de
pensar en el archivador que me ha pasado la señora Fernández y me tengo que
mirar el temario del curso antes de irme a dormir pero mi corazón se ha quedado
anclado en el salón de Luís y se resiste a irse.
— Vale
–y abre el mueble de los dvds-. Esta puede estar bien –me dice-.
Llamo a Sandra
para decirle que no me esperen para cenar. La pizza no tarda en llegar humeante
con sus cuatro quesos y empezamos a comerla con algo de parsimonia mientras la
película empieza. Cuando terminamos de comer, juntamos las manos y así las
dejamos hasta que la película acaba.
— ¿Te
ha gustado? –me pregunta Luís-.
— Sí...
— Yo
también quiero hacer como el protagonista aunque yo ya he encontrado a la chica
de mis sueños.
— ¿A
sí?
— La
tengo delante –me dice directamente-.
Este cambio de
actitud en él me ha impresionado ya que antes siempre se había mostrado un
poquitín más tímido y la iniciativa la había acabado tomando yo.
— Pensaba
que eras más tímido.
— El
corazón no entiende de timidez cuando está luchando por conseguir a la chica.
Me besa y me
pierdo entre sus labios húmedos y carnosos como si el tiempo no existiera. Mis
manos entran por su camiseta y le acaricio las lumbares que las tiene muy finas
y noto como se le eriza su piel.
— Luís,
gracias por esta noche, pero ahora sí que me tengo que ir, mañana cambio de
clase y tengo que prepararme el temario.
— Lo
sé, te acompaño.
Nos ponemos
las chaquetas y salimos a la calle, hace bastante fresco y el viento no deja de
soplar, qué poquito queda para entrar en noviembre. Luís me rodea la espalda
con uno de sus brazos y me acompaña hasta el piso de Sandra.
Continuará...
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