jueves, 28 de febrero de 2013

La sal de las heridas 16


Salgo de la academia y frente a la puerta puedo ver la figura de Nacho, pestañeo varias veces por si se trata de una alucinación, él se me acerca con pasos seguros, su cara está bastante seria y mi corazón se me desboca por la boca cuando oigo que me dice:
     Elisa, he venido a hablar contigo. ¿Tienes un momento?
Mi cabeza asiente, un movimiento involuntario que me ha surgido pues no me salen las palabras ya que mi garganta se ha secado completamente.
     Ven, iremos aquí –y me señala el bar que es donde normalmente como cuando trabajo por las tardes-.
Mis pasos aturdidos me llevan al bar de la esquina con Nacho que anda a mi lado y siento que por unos momentos el tiempo se detiene. No sé qué quiere decirme pero creo que por la cara que está poniendo se trata de algo importante. Entramos al bar, se dirige a la barra y pide un gintonic. Yo necesito tomar algún líquido pues mi boca ha dejado de producir saliva y me pido una cocacola light. Nos sentamos en una mesa de metal, me siento incómoda sentada frente a él y le miro con ojos interrogantes para que despeje mis dudas. Pero tarda en hablar, hasta que no ha pegado dos o tres tragos largos de su vaso no empieza a decirme:
     Te he echado de menos, Elisa –sus ojos gachos miran el vaso que sostiene entre sus dedos y le va dando unos ligeros movimientos rotatorios-. No sé cómo me pude dejar engañar por Luz y apartarme de ti –y ahora clava sus ojos en los míos que se bajan instantáneamente-. Luz me ha desplumado y se ha ido con prácticamente todo mi dinero. Se apoderó de mis contraseñas e hizo distintas transferencias bancarias, primero sutilmente, hasta que luego pegó el golpe final a mi empresa. En un primer momento no me di cuenta y cuando vi que algo raro pasaba en mi contabilidad, no sospeché que había sido ella pero ahora lo tengo más que claro. Luz sólo ha jugado conmigo, se ha reído en mi cara, me ha separado de ti, de nuestro futuro, ¿recuerdas?
     Lo siento, Nacho, no sabes cuánto –es lo único que me atrevo a decir mientras recuerdo las palabras de María-.
     Más lo siento yo, Elisa –y pega el último trago a su gintonic, levanta la mano y pide otro-. Perdóname…
Su mano derecha se dirige a las mías que están rodeando el vaso de cocacola y me acaricia. Una corriente eléctrica continua me traspasa que va desde mis manos, pasando por mis brazos, hasta mi espina dorsal. Tengo ganas de pellizcarme por si se trata de un sueño y cierro mis ojos fuertemente para despertarme. Pero al abrirlos de nuevo, Nacho sigue frente a mí con sus manos encima de las mías, racionalmente las aparto aunque una parte de mí totalmente irracional quiere quedarse con el contacto de sus manos cálidas.
     Perdóname –repite como si se tratara de un bolero que acaricia mis oídos-.
     Nacho, es que yo no puedo –murmuro con una voz ronca-.
     Lo sé, es difícil perdonarme. No tengo perdón –y su mirada se ha vuelto cristalina y veo como un par de lágrimas le están empezando a salir-.
Me quedo sorprendida porque creo que es la primera vez que lo veo llorar, sus lágrimas tiernas me encogen el corazón y ahora sé que no puedo marcharme de su lado. Me quedo sentada, esperando que el camarero le sirva el tercer gintonic y cuando viene  alzo la mano y me pido un Martini blanco que me sirven en un vaso de tubo y de cristal con dos cubitos de hielo porque he sentido la punzada de volver a beber para encajar sus palabras.
     Vuelve conmigo, Elisa. Te necesito tanto…
     Nacho, déjalo –me armo de valor-. Si esto te hace sentir bien te perdono pero no me pidas que vuelva contigo. Lo nuestro ya pasó –y le pego un buen trago al Martini que me sabe a algo indescriptible-.
     Dame una segunda oportunidad, no te arrepentirás.
Me lo ha dicho tan directo que me atraviesa el corazón, hace unos meses anhelaba con todas mis fuerzas este momento pero ha tardado tanto en llegar que ahora que está pasando ni yo misma me lo creo. Pellízcate, Elisa, no te puede estar diciéndote esto. Y mis dedos cogen un poco de mi carne para darme estos pellizcos que me duelen y me dejan mis mejillas sonrosadas. Sí, estoy despierta, Nacho quiere volver y el recuerdo de nuestra relación se instaura en mi mente como un sol y sombra fuerte y delirante.
     No hace falta que me contestes ahora, piénsatelo, Elisa –y sus ojos vidriosos reclaman el cuarto gintonic-.
Me pido otro Martini, en estos momentos me olvido completamente de Luís que me habrá venido a buscar para pasar el puente de la Constitución en aquella casita rural que habíamos reservado. Mi corazón danza entre luces y sombras de recuerdos intermitentes, de inocencias perdidas como pétalos de rosas en aquel bar de nuestra adolescencia, de conversaciones mantenidas hasta alta horas de la madrugada entre risas, de vacaciones en lugares perdidos de la geografía española, de nuestro piso y su sofá que se adaptaba a nuestro amor, de proyectos de futuro cercanos y palpables, y por último de dolor intenso al perderlo todo.
     No te fallaré, Elisa, te lo prometo –y vuelve a acercarme su mano abierta y tan cercana que me produce otra descarga eléctrica que me acelera las pulsaciones-.
     Nacho… -es su nombre lo único que puedo pronunciar-.
     Brindemos por nuestros momentos felices –y alza su vaso y lo acerca al mío para que choquen entre sí-.
Brindo con él por un pasado de emociones perdidas que está en mis manos recuperar. Soy débil y cuando Nacho se me acerca con sus labios para besarme simplemente ladeo la cabeza y dejo que me bese. Estoy besando un recuerdo que se ha impregnado de nitidez y brilla porque es real. Jugueteamos con nuestras lenguas y siento su sabor profundo, me está abrazando y me pierdo entre su cuerpo moreno.
Continuamos bebiendo, ya he perdido la cuenta de los Martinis que llevo, hasta que él me susurra al oído:
     Elisa… Vayamos a la playa.
Pagamos y salimos del bar, después de recorrer el paseo marítimo que está vacío nos adentramos a la playa, a pesar de las bajas temperaturas no siento frío. Estás loca, Elisa, pienso pero una emoción me recorre de arriba abajo. Sobre la arena que tiembla por la pasión de nuestros cuerpos dejo que Nacho me acaricie con sus manos en mi piel que ya creía que no volvería a sentir. Me derrito ante sus ojos y el placer que siento es interminable, mi consciencia ha abandonado mi cuerpo que no la quiere oír. Nacho y yo nos unimos entre suspiros de deseo esta noche de diciembre que marcará un antes y un después en nuestras vidas para siempre.
Continuará…
 
 

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